Ocho años tenía cuando nos topamos...
y a pesar de que no te quería, porque no te sabía
golpeaste inoportunamente mis sentidos.
Tú, compañía, un lenguaje de constante bienvenida
que llevándome por itinerantes de suelo,
por distintos respiros,
por tantos síntomas alumbrados de cenitales cabidos en agujeros de cielo;
Me tiras de aquello que dicen: "alma",
elevas mi pecho, arrastras mi ombligo y hasta comes mi columna,
me gritas un final no resuelto,
un continuo silencio,
un azar de manipulaciones que no he querido acabar.
Hoy después de diez años ruego a que me empujes a ese equilibrio incierto, a que mi todo descifre un movimiento.
Impulso, enseñame el pulso de una sombra, el ritmo de una hoja, lo afable del cemento.
¿Cómo no refugiarme en ti, si me entregaste un vals lleno de corazones y corazones llenos de ti?